jueves, 31 de diciembre de 2009

Sobre la mascarada nuestra

Evocación a modo de historieta Tres bombetas la anuncian. Tres bombetas hacia el cielo al inicio y al final, y una en cada esquina del cuadrante o de más allá. Ahí, en cada una de esas estaciones, al son de una cimarrona y ritmo de pasodobles, la mascarada se va haciendo realidad. En el ínterin, el redoble de un tambor ha acompañado el recorrido; han sonado algunos petardos, la chiquillería entera ha corrido: ¡ay vienen los payasos!! –grita alguien.

Cada cien varas el baile se reanuda, la gente rodea la esquina, se abren las puertas y las ventanas de las casas, hay quien saca la cabeza por una tapia y el tránsito se paraliza. Los disfraces toman la calle y cunde el desorden. Todo el mundo sale a verlos, y muchos siguen con ellos. La música variada y movida, los ha hecho bailar frente al Palacio Municipal, frente a la Iglesia del lugar, y si salieron primero a la Plaza, a ella regresará más tarde el desfile, ahí también terminará. La cuadrilla la componen el terrenal policía, la muerte del más allá; a la moda hubo minifaldas en un tiempo y el exotismo fue un negro, que la bruja siempre ha sido nuestra; la presiden una pareja de gigantes aragoneses, y los súbditos son los chiquillos del pueblo, trajeados con mascaritas y colorines de burda tela, que van pegando también... mas sobre todos ellos reina, rey del mal en la fiesta, el diablo de rojos tonos chilillo en mano: es el mejor disfraz de todos.

Y aunque hay otros gigantes y cabezones, y todos van correteando y asustando a los peatones, ningún personaje causa tanta aprensión, como el que viene al final: es el toro guaco, y viene envistiendo, tanto, que se le han improvisado toreros: los valientes del pueblo; el que lo conduce viene ebrio, la gente le grita improperios por sus atropellos, es un grosero. Ha sido el primero en salir y será el último en llegar; los músicos se habrán ido ya, con él se cierra el recorrido, y cuando lo guardan, ya está: se acabaron los payasos, y todo el mundo a contar, las hazañas y percances vividos en las calles y aledaños, al acompañar fervientes la profana procesión. Tres nostálgicas bombetas la despedirán, hasta mañana a las tres, o hasta las próximas fiestas... De lo popular, es lo más parecido que tenemos los ticos a un carnaval, y como tal, al final la mascarada deja siempre un sinsabor: uno quisiera que se prolongara tanta alegría, tanto color, sabor de ancestros. Pues de claro origen colonial -siglos XVII/XVIII- la mascarada, los payasos, los mantudos, los disfraces -todas formas de llamarle en Costa Rica- son una genuina expresión del mestizaje indoespañol que es la base, de la cultura popular tradicional costarricense. Nacidas como fueron al calor de las cristianas fiestas patronales de nuestras villas y pueblos, se dieron por todo el Valle Central, pero hubo focos de importante irradiación que van de la oriental Puebla de los Pardos, en el Cartago colonial, al más occidental y cercano pueblo de Escazú, donde aún existe por fortuna, como en otros pueblos nuestros, tan hermosa tradición.
FIN (con música de cimarrona)

(Texto aparecido originalmente en la Revista Nacional de Cultura, N° 48, Agosto del 2004, págs. 43/45. Las ilustraciones a color que lo acompañan son del destacado artista costarricense Hernán Arévalo.)

domingo, 6 de diciembre de 2009

La Iglesia de Barbacoas de Puriscal

Ubicado al oeste del valle de Puriscal, en una zona apta para la ganadería, además de rica en cultivos de café, tabaco y maíz, el poblado de Barbacoas constituye el núcleo del distrito tercero de ese cantón josefino que, disperso en la quebrada topografía local, tiene como eje ordenador la vieja carretera que conduce al Pacífico.

Como centro a su vez, tiene ese poblado una hermosa iglesia parroquial, misma que a partir de 1935 sustituyó a la antigua ermita dedicada a San Isidro Labrador. Y dicho templo continúa bajo esa advocación, pues es testimonio tanto de la vocación agropecuaria del distrito como de la fuerte religiosidad católica de su gente; circunstancias ambas que han permitido la conservación y mantenimiento de esa joya arquitectónica que es orgullo comunal.

Su responsable técnico fue el arquitecto Luis Rojas, quien presentó los planos a la Junta Edificadora en 1931, y como muchos otros templos y ermitas rurales de la época, muestra fundamentalmente rasgos del neogótico que se filtrara entre nosotros con la arquitectura victoriana de origen inglés y norteamericano, y que tanta influencia ejerciera en la arquitectura religiosa nacional de la primera mitad del siglo XX.

Construida su estructura principalmente en madera de caoba, el forro exterior es de chapa metálica con moldura de almohadillado simulando piedra una y otra madera acanalada; mientras en el interior el forro es de tablilla de madera de cedro machimbrada expuesta y barnizada, en su momento extraída toda del entorno boscoso del distrito y trabajada industrialmente en sitio.

Ahí, dos filas de columnas neogóticas en madera también, dividen el templo en tres naves que se prolongan hacia el fondo en un solo y amplio ábside que forma el presbiterio en un plano elevado al que se accede por tres escalones de granito, mientras los cielos de dichas naves forman bóvedas de crucería en una lograda labor de carpintería de geometría ojival tanto en volúmenes como en detalles.

Exteriormente, la sencilla fábrica de cubierta a dos aguas y una cúpula octogonal sobre el altar mayor, muestra al final dos volúmenes para sacristía a ambos lados del presbiterio, y hacia el frente un pórtico principal con puertas y ventanas rematadas en arco apuntado y cubierto por un alero independiente, acceso flanqueado a ambos lados por torres de pronunciada cubierta y un ojo de buey sobre cada ojiva.

Objeto de una cuidadosa restauración en el año 2001, el inmueble es de carácter privado, pues le pertenece a las Temporalidades de la Iglesia Católica; y fue declarada Patrimonio Histórico Arquitectónico de Costa Rica según Decreto Ejecutivo Nº 28244-C, publicado en La Gaceta Nº 232 del 30 de noviembre de 1999.