jueves, 31 de enero de 2008

Amalia Chaverri: de boyeros y carretas

En Costa Rica la artesanía de la tradicional carreta pintada, así como sus actividades conexas -como pueden ser la del boyero que la guía, y la cría y adiestramiento de los bueyes que le brindan su primaria fuerza motriz-, en su momento constituyeron un elemento fundamental del esquema productivo que se impuso en los campos del país, con la consolidación del cultivo del café hacia 1840.

Revolución instrumental en el esquema de producción agrícola que entonces nos regía, ese medio de transporte predominó por más de un siglo en el Valle Central y sus alrededores; y de ahí que haya sobrevivido, como objeto y como actividad tradicional, en la ruralidad que nos va quedando hoy en el Área Metropolitana costarricense.

Josefina de nacimiento, pero escazuceña desde hace mucho tiempo, la entonces Viceministra de Cultura -la filóloga y académica Amalia Chaverri-, nos brindó una breve pero emotiva entrevista sobre la declaración que del boyeo y la carreta costarricense hiciera la UNESCO, como Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Pues ante tan importante reconocimiento internacional a una actividad que los “ticos” llevamos en la sangre, quisimos conocer el parecer de ella como principal impulsora del proyecto que fue.

A.F.: Doña Amalia: ¿de dónde surgió la iniciativa de proponer a la carreta y al boyeo costarricense como patrimonio intangible de la humanidad?

A.Ch.: Luego de que la Convención correspondiente fue firmada en la UNESCO en el año 2003, y como yo había participado en su redacción, comencé a indagar qué se había hecho aquí sobre el tema del patrimonio intangible. Y entonces encontré que las investigadoras Cecilia Dobles, Carmen Murillo y Giselle Chang estaban trabajando pacientemente en un listado de tradiciones y de costumbres, de formas lingüísticas y de prácticas ancestrales, que eran susceptibles de profundizarse y de considerarse como formas del patrimonio intangible autóctono.

Me puse en contacto con ellas, y las convoque a que estudiaran cuál era el tema nuestro que más se acercaba a una declaratoria como esa. Ellas, luego de un largo estudio y de un mapeo muy riguroso, propusieron el del boyeo y la carreta costarricense. Porque aclaro que “boyeo” es un costarriqueñismo, que cubre todo un complejo y amplio fenómeno cultural: no es sólo el boyero como individuo o la carreta como objeto en su forma individual, sino todo aquello que los rodea como actividad social.

A.F.: ¿Y cómo se inició el proceso de gestión de esa postulación nuestra?

A.Ch.: En primera instancia pensamos, ya actuando como equipo, que se pediría apoyo a la UNESCO, solicitando fondos para hacer el estudio de la respectiva candidatura. Así que se hizo la solicitud con toda la seriedad del caso, y se nos asignaron 15.000 dólares en efectivo que daba la organización; mientras nosotros teníamos que poner la contraparte de la investigación en especie: los viajes o giras de campo al interior del país, las transcripciones por medio de las secretarias, la infraestructura necesaria, la película y el revelado fotográfico, las diferentes bases de datos, etc.

A.F.: ¿Y cómo considera usted el resultado de la investigación realizada?

A.Ch.: Muy significativo, muy importante a nivel nacional e internacional. De hecho, se va a publicar esa extensa investigación por medio de la Editorial de la Universidad de Costa Rica, con el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes y otros patrocinadores. Además, se van a insertar parte de los contenidos de la investigación en los contenidos de la enseñanza nacional, y así se va a revaluar el trabajo de los boyeros en la historia del país. Y también va a beneficiar mucho al sector turístico, desde luego.


A.F.: Usted personalmente se encargó de la gestión de esto ante la UNESCO: ¿cómo percibió el ambiente internacional hacia la propuesta nuestra?

A.Ch.: Desde el primer momento, lo percibí muy favorable. De hecho, yo tuve dos entrevistas en la sede de la UNESCO en París; e inclusive en una de ellas pedí que se nos permitiera no traducir al inglés o al francés, los dichos y las frases coloquiales vinculadas con el boyeo y la carreta nuestra, puesto que así perdían todo el sentido. Por ejemplo, no me imaginaba que había que traducir “montarse en la carreta”, como “driving in an oxcar”... fatal: ¡y nos aceptaron la petición!

A.F.: Y entonces: ¿cómo recibió la noticia de la declaratoria mundial de la UNESCO?

A.Ch.: Con gritos, lágrimas y abrazos... mucha gente entusiasmada con el asunto nos llamó por teléfono. Hemos tenido muchas entrevistas en los más diversos medios de comunicación, lo cual amplía la cobertura del hecho entre los costarricenses de toda clase, y eso es muy importante.

A.F.: A su juicio personal: ¿podríamos decir que, a la fecha, es este el reconocimiento más importante que ha recibido nuestra cultura criolla a nivel internacional?

A.Ch.: Sí, definitivamente así es: ganamos un campeonato a nivel mundial.


A.F.: Siendo el de “patrimonio intangible” un criterio que apela a la transmisión oral de una actividad o costumbre, a su práctica inmemorial, y a los valores y símbolos intrínsecos que lleva de una generación a otra: ¿cómo ve el futuro de la actividad de la carreta y el boyeo costarricense, luego de un estímulo tan significativo como este?

A.Ch.: Primero, se espera encaminar un plan de acción respecto a la actividad, lo cual es un compromiso que se adquiere con la nominación. Pero también el estímulo va a servir para reforzar nuestra identidad y nuestro imaginario colectivo: se va a reconocer la importancia del boyero y su carreta en el desarrollo histórico del país, por ejemplo.

Creo, además, que va a ser importante para poder explicar a la gente con detenimiento en qué consiste el tema del patrimonio intangible de los pueblos, pues hay mucha confusión al respecto; porque no es cualquier tradición ancestral o costumbre de un pueblo la que cumple con los criterios establecidos para eso, según la UNESCO. Tiene que tener un contexto histórico definido, debe haber permeado en muchos de los ámbitos culturales de ese pueblo, y tiene también que haber perdurado en el tiempo y el espacio; eso entre muchas otras variables más que la gente no conoce... pero que reconocimientos como este, se las pueden hacer llegar y sentir más fácilmente.


A.F.: Con esa reflexión final, dejamos a doña Amalia Chaverri... feliz de haber ganado como funcionaria costarricense, un lugar en el mundo para esta tradición tan nuestra.

(Fotografías del encabezado tomadas de: http://www.nacion.com/ln_ee/2005/noviembre/26/aldea1.html#555401. Fotografías a color: Andrés Fernández (ruedas de carreta) y de Pablo Villalobos (bueyes).)

lunes, 14 de enero de 2008

Cantinas, ambiente y vivencia

“Luego me tomé unos tragos en una cantina atestada de funcionarios públicos, trabajadores de fábricas, vividores, vendedores de libros, empleadas de comercio y demás fauna variopinta. (...) la cháchara futbolera que obsesiona a la masa, el alto costo de la vida, el clima, la corruptela y mamandurria de los políticos, las broncas matrimoniales que lo hacen preguntarse a uno por qué diablos la gente se casa. Un avispero de abejas africanizadas. Y el desfile de vendedores ambulantes e itinerantes, limpiabotas, mendigos, cruzrojistas, Ejército de Salvación...”

Jaime Fernández Leandro
En el cuento Club Le Grillón

Bien observada, o mejor aún vivida, tiene la cantina su propia picaresca. Y si bien para muchos, especialmente si abstemios, el de la cantina es un ambiente que no brinda nada a quien no bebe, se comprende, pues no se puede tomar en serio a aquel que ahí no toma ni liba ni conversa, que es el ser de esa socialización alcohólica, tantas veces entusiasta y otras aún, espesa.

Pues una vez descubierto, resulta que el de la cantina es un ambiente abierto, donde todo lo humano, sea por inverosímil o por cierto, tiene puerto franco: ahí la conversación despierta junto al barullo futbolero, el fanatismo politiquero junto a la iluminación mística, el rumor de los campos recién abandonados apenas como un eco hueco entre los autos, y la leyenda urbana como leyendo los miedos de antaño de los que por aquí pasan o pasaron, a pasear sus horas muertas ciudadanas.

Y nada hay en ello de extraño, que ya antes de Noé y luego nomás del Diluvio, sabemos bíblicos que el alcohol alegra el alma y que el alma alegre, canta y desata el habla; he igual entristece el cuento que el canto si lo que hace es liberar las penas de un perdido encanto, si libera el llanto que yace profundo tras la sobria sombra de lo que somos al cruzar la puerta esquinera, en busca del néctar de la caña, de la cebada, de las uvas, del maguey, del centeno o de la papa, en cualquier caso acompañándolo, ya luego de unas cuantas libaciones a los dioses del ocaso, de las bocas que saben a ambrosía cuando sabrosas en su plebeyo encanto culinario.

Pues se dice comúnmente que en el licor se ahogan las penas, mas no es eso cierto apenas, porque las penas pesan y en el etílico elixir tienden más bien a flotar ellas. Pero entonces, entre el humo de un cigarro y con un bolero al fondo o con un tango apenas tarareado, como que todo vuelve a su lugar, como que todo adquiere sentido al ubicar el centro existencial en la barra o en la mesa que se extiende generosa y extendida ante nosotros, que somos otros para las otras mesas u otros puntos de la barra, y para quienes por instantes dejaremos de ser extraños si con ellos conversamos, y hasta puede que entablemos una relación que podría durar años de años... ¿quién sabe?.

Que todo durará hasta que se desvanezca el humo del cigarro y empiecen a desgranarse el canto, la barra, la mesa, la esquina, el rótulo que la identifica y caiga o no caiga su nombre de diosa caída, la cantina que nos acogía cambie de dueño o de administrador que es casi lo mismo, y ya no sea igual frecuentarla, ser su habitual y habituarse a ella y a ver a esa caterva de personajes de taberna, de la que, sin saber muy bien cómo, ya para entonces seremos parte interesada e interesante fauna urbana también, alrededor de la misma mesa, el mismo humo y la misma humorada cantinesca.