martes, 18 de agosto de 2009

Cantinas de San José


“Imagínese, mi buen amigo, le voy a invitar a
que pasee conmigo algunas horas. Usted va
a convivir con nosotros, los entregados al
vicio y al licor. ¿Por dónde quiere empezar?”


Alfredo Oreamuno “Sinatra”
Un harapo en el camino


En una ciudad de “taquillas”, como se llamaba a las antecesoras de las cantinas, no es fácil responderle esa pregunta al que fuera el más exitoso autor de la novela lumpen costarricense, nuestro Sinatra de plebeya narrativa y de voz empalagosa y evidentemente alcohólica, que más que cantar, contó luego sus vivencias en esa, su forma de vida y la de otros tantos.

A tientas por eso, es difícil fijar un itinerario claro a la oscura luz del alcohol, sobre todo en un cuadrante repleto de ellas. Aún así, vamos a intentarlo, vamos a atrevernos con las tan nuestras, tan esquineras o de media cuadra, tan tradicionales como evocativas, tan perdidas como halladas, templos de gozo y perdición báquica que son las cantinas... pues puede que su multiplicidad sea el efecto de esa cultura que muchos prejuiciosos llaman “del guaro”, y su presencia citadina, un rasgo ineludible de lo que otros prejuiciados, también, llaman “nuestra identidad”.

HAGA UN RECORRIDO VIRTUAL POR ALGUNAS CANTINAS JOSEFINAS

Yo en lo personal, nada moralizante y poco dado a las palabras de moda esas, he preferido visitarlas todas, una a una en su inequívoca unicidad de cantina o de bar, de salón o de “chichera”, y aún de prostíbulo disimulado apenas, para conocerlas por sí mismas, sentirlas como mías, vivirlas por un rato y ya está; quise convivir con quienes las viven día a día y no ven en ello -como Sinatra- sino una forma de vida, de vida urbana con todas sus sobrias frustraciones y sus etílicas alegrías, en un país que parece que se olvidó de la ciudad como concepto y de San José como realidad capital.

Para adentrarnos en ellas, como en el Infierno de Dante y de la mano de aquel Virgilio nuestro aquí evocado, he elegido -con cura y con cruda- nueve de esos espacios que delinean a su modo un recorrido circular en nuestras cuadras. “Cantinas de San José” es entonces una forma distinta, nocturna y noctámbula manera para nada distante, de recorrer íntimamente esta urbe nuestra y por los nuestros olvidada... pero siempre recorrible en su ebrio ser, siempre que se empine el codo para brindar por ella y por sus ciudadanos de a pie... ¡Salud! pues: ¡por San José!

domingo, 2 de agosto de 2009

Manuel Mora Valverde: en su centenario

La foto es de sobra conocida: a la derecha está el entonces Presidente de la República, doctor Rafael Ángel Calderón Guardia, al centro el Arzobispo monseñor Víctor Manuel Sanabria, y a la izquierda un joven político y abogado, de anteojos con aro de pasta.

Tiene apenas 34 años -pues nació en agosto de 1909- y, aunque entonces no lo sabe, está en su mayor momento de gloria. Es el 15 de septiembre de 1943 y se celebra en San José la promulgación del Código de Trabajo, una conquista republicana y popular que consolida la reforma social que se ha venido gestando desde el Gobierno, en alianza con la Iglesia Católica y el Partido Comunista. La presencia del licenciado Manuel Mora Valverde ahí, así lo atestigua para siempre.

Bajo su ecuánime dirección, el pequeño y radical grupo fundado por él en junio de 1931, se ha convertido en una fuerza de masas que ese día afluyen a la capital, en jubiloso apoyo a legislación tan importante para su condición de clase. Es un triunfo democrático para los trabajadores, es un triunfo político para la Dirección del Partido Comunista; pero es también un triunfo personal para Mora que, por ese hecho más que por cualquier otro en su larga trayectoria política, fiel a sus principios tanto como a su país, fue nombrado Benemérito de la Patria en mayo de 1998.

Pragmático líder socialista, supo siempre respetar el ser del pueblo costarricense, su apego a la institucionalidad y al diálogo, a la concertación y al compromiso. Por eso su práctica política ha sido llamada -con razón- el "comunismo a la tica", y hay quien ve en ella una originalidad costarricense, adelantada incluso en cuatro décadas al llamado “eurocomunismo” de los años setenta. Mora sería así un político de avanzada, un visionario criollo que al pertenecer a una generación política, literaria y cultural de gran arraigo en su patria, participó en todos los ámbitos sociales del país, que vive, o que debería vivir al menos, en perenne deuda con él por eso.

Con ocasión de su centenario, vayan pues estas líneas en su memoria imperecedera, de la que de una u otra manera somos herederos todos los costarricenses de hoy. Porque con independencia de que se compartan o no sus ideas políticas, o de cuan controversial pueda resultar hoy o haya sido ayer su carrera de líder y tribuno popular, sus luchas por la justicia, por la honradez política, por la paz social y por el mejoramiento del sistema republicano y democrático de Costa Rica, hacen que de él pueda decirse, como dijera el gran José Martí en ocasión de la muerte de Karl Marx: “Como se puso del lado de los débiles, merece honor.”