Laguna y Zarcero son hermanos

En esa crónica -que se publicó en 1923, con las magníficas fotografías del autor como ilustración-, dice Céspedes de su pasó por el cantón de Alfaro Ruiz:
Laguna y Zarcero son hermanos.
En la primera no hay una tacita de agua, en el segundo ni una zarzamora se consigue.
En Laguna, tienen Iglesia en construcción que les cuesta un “perú” y en Zarcero, otro perú les cuesta la Iglesia. Ambas son muy grandes, capaces para pueblos de miles de almas. En una tienen luz eléctrica, en la otra no tienen; y así, viven los dos pueblos disputándose la supremacía, cuando juntos podrían asentar en sus riquísimas tierras una metrópoli andina, con aire seco, fresco, regenerador de vida, aniquilador de microbios.
El cantón de Alfaro Ruiz. Lo que hoy es el cantón de Alfaro Ruiz, nació como parte del proceso de apertura de una ruta hacia las llanuras del norte del país (las de San Carlos y Guatuso), y hacia el océano Atlántico por medio del río Sarapiquí.
Los pioneros, guiados por Juan Alfaro Ruiz -que más tarde sería uno de los héroes de la Campaña Nacional-, se toparon con un hermoso valle entre aquellas montañas en las que, se dijo entonces, abundaban las plantas de zarzamora, por lo que con el tiempo vino a llamársele Zarcero. Dedicada a la agricultura de hortalizas y a la ganadería lechera, cuando se convirtió en cantón esta tierra, en 1915, se le bautizó Alfaro Ruiz en honor al pionero local y al héroe nacional.

Por eso, en los templos construidos entre 1910 y 1930 -como es el caso de los dos de Zarcero que reseñamos aquí-, predominan las estructuras de madera, los forros exteriores de chapa metálica y los interiores suelen ser en tablilla machimbrada. Además, como el Estado Liberal había despojado a la Iglesia de muchas de sus prerrogativas coloniales, los fondos para su construcción fueron recaudados por las juntas vecinales edificadoras; algo que si imponía la austeridad, aumentaba la suficiencia de aquellos rurales conglomerados.

En el templo parroquial de Zarcero, si bien se mezclan la influencia del neogótico con otros historicismos, no deja por ello de ser muy criollo en su factura; en la que dejaron huella de su oficio y religiosidad, los artesanos locales.

Situada en la parte más interesante turísticamente de este pueblo, frente al parque Francisco Alvarado, es una iglesia que destaca más por sus colores de tonos pastel –tradicionalmente, y hasta hace poco apenas- que por su historia, construida como fue a principios de los años veinte del siglo pasado.

Emplazado en un recodo de la carretera, el templo parroquial de Laguna se distancia lo suficiente de la vía para poder ser bien apreciado desde ella; precedido como está de un generoso atrio o altozano con una modesta escalinata.
Construido en la primera mitad de la década de 1920, es de estampa predominantemente neoclásica: composición convencional de pórtico y un cuerpo central superior con frontón. Pero esa apariencia se hibrida sobre todo en sus torres frontales, apenas remetidas, que tienden a la mansarda, aunque sin llegar a ella; las cuales culminan con unas torretas de base octogonal y techo cónico, que rematan en un par de cruces de forja.

Su estructura es de madera, con forro exterior de chapa metálica que simula ser tablilla de ese noble material, pero detalles elaborados efectivamente con maderas de la zona, que predominan en su interior. Este es de planta basilical y tres naves, la central cubierta por una bóveda de cañón y rematada por un ábside que acoge el presbiterio y el altar mayor, en la luz de las múltiples ventanas de medio punto que caracterizan a todo el templo.
Demás está decir, que como Laguna y Zarcero, ambos templos y sus parroquias, sufragáneas de la Diócesis de Alajuela, son hermanos también. Patrimonio histórico-arquitectónica ambas, vale la pena ir a conocerlas.