Monseñor B. A. Thiel, o el renacimiento de un renacentista en Costa Rica

Revalorada la palabra por el teórico Giorgio Vasari, ésta derivó, en el mismo momento histórico en que tenía lugar el acontecimiento, en el italiano Rinascimento para caracterizar al movimiento que en el siglo XVI, determinó una nueva concepción del hombre y del mundo, fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que unía al cristianismo con la cultura clásica.
Así, curiosidad desprejuiciada, la del hombre renacentista todo lo abarcaba: eran filólogos y filósofos, poetas y prosistas, pintores y escultores, científicos y traductores, ingenieros y arquitectos, músicos y astrónomos, descubridores y conquistadores, hombres de iglesia y de guerra, santos y pecadores… en fin, humanos a quienes nada humano les era ajeno. Época magnífica pues, se ha dicho luego que antes y después, ha tenido réplicas en la historia de Occidente, y ¿por qué no -pregunto hoy yo- incluso más recientemente?

Por eso no es de su biografía, de sobra conocida o al menos accesible, que voy a compartir con ustedes esta noche; sino de lo inédito hasta ahora de su obra, de lo complejo y completo de su documentada vida de Obispo, que es lo que el libro de Ana Isabel Herrera Sotillo trae de nuevo de allá: no del olvido ciertamente, pero sí de los archivos que tan bien conservan vivo, ese extraordinario acervo vital del más vital de los católicos pastores que este país ha tenido, insisto. Y lo hago porque quien lea la obra referida, se dará cuenta nomás empezar, de esa vitalidad, al parecer sin límites, que parece inspirar la insuperable inquietud del Obispo, no sólo por la salud espiritual del pueblo a él encomendado, sino también por todo cuanto a ese pueblo competía en tanto que grupo humano.
De entrada, ofrece el texto una reseña biográfica de Thiel por el doctor Juan Carlos Solórzano, que pone de relieve su histórica figura relevante de por sí, mientras coloca en su justo lugar historiográfico el trabajo de erudición compiladora de Ana Isabel Herrera. Luego, encontrara expuestos los motivos humanísticos de la autora, para adentrarse en tan ardua como extensa tarea de ubicación, transcripción, ordenamiento y edición de los cientos de viejos pliegos, que pueblan los piélagos de la memoria de papel que son estos fundamentales documentos.

Y es ahí donde se despliega, ante quien se atreva a desplegar estos pliegos tan bien publicados por la Editorial Tecnológica de Costa Rica -en un acierto más de su ya extensa labor cultural-, toda la riqueza en que se aprecia la inquietud intelectual de aquel hombre magnífico. Las crónicas, muchas de su mismo puño y letra, detallan de cada iglesia, capilla, ermita u oratorio visitado, todo: desde los ornamentos consagrados o no, hasta los aciertos y desaciertos de su estado o de su arquitectura, de la que el señor Obispo se muestra también conocedor. Y lo mejor: junto de aquellas construcciones materiales, nos deja agudas observaciones de la construcción social que las respalda, de los pueblos que les dieron vida o empezaban apenas a dársela; deja constancia de las actividades económicas y productivas de sus habitantes, de sus costumbres religiosas en sus vicios y virtudes, de la topografía o el clima que las acoge, comunidades en ciernes o ya consolidadas. Mas su curiosidad re-nacentista trasciende a su vez.

En esos viajes apostólicos en mula o a caballo, Monseñor humano, a veces se cae; navegando, se distrae en la belleza del paraje natural que lo circunda junto a sus acompañantes; si a pie y hay que abrir trocha, no le tiembla la mano para tomar el machete y abrirse la propia; igual duerme en la casa de un gamonal si es pueblo, que en la de un hacendado si es campo lo que toca, pasa la noche igual en un palenque indígena, que a la vera de una gran roca donde la noche topa a su comitiva. Porque lo que no se cuestiona nunca el humanista, es el objetivo de su comisión eclesial y su misión evangelizadora: llevar adonde corresponda, la palabra de Dios.
Para ello, igual cruza en bamboleo Su Ilustrísima puentes de hamaca, que viaja en tren, así estén a punto de quemársele sus galas de prelado, por haberle en mala suerte tocado viajar en el carro de la leña y cerca de la hornilla del carbón… porque nada, nada ni siquiera el destierro aconsejado e impuesto por el feroz guatemalteco Montúfar -que la índole de nuestro liberalismo siempre fue otra-, fue capaz de frenar el ímpetu apostólico del señor Obispo. Su salud, sin embargo, sí parece haberse resentido de tanto y tanto trajín como el aquí narrado y del que da buena cuenta la obra que reseñamos; y quizá por eso mismo, nos dejo joven aún y huérfanos todavía, Su Señoría Ilustrísima Monseñor Thiel, en 1901.
Por eso su legado escrito, amplio y variado como su curiosidad de santo prelado, se adentró pionero además en los campos científicos de la historia, la etnografía, la arqueología, la demografía, la geografía y en lo que hoy denominamos de modo muy general, los estudios culturales: porque quienes busquen en estas páginas cargadas de vida, vívidos testimonios, los encontraran también de culinaria y de arquitectura, de las mentalidades y las costumbres, de las estructuras sociales y de las creencias religiosas, y así de tantas otras cosas de los grupos humanos con que entró en contacto el Obispo, y que por humanos, no le fueron ajenos jamás en lo absoluto.

Quedan pues publicadas de una vez, las epístolas y andanzas de este apóstol en que, de la suya o por interpósita mano, expone él los hechos por los que es y será juzgado por la posteridad, que de su alma pura ya habrá dado sana cuenta el Creador. Queda en nosotros hoy utilizarlos como lo que son, hacer re-nacer con ellos nosotros también, parte del pasado que encierran, libro abierto hacia el mañana, legajo hacia lo por-venir… como seguramente hubiese hecho con obra semejante, el mismo Monseñor Bernardo Augusto Thiel.
(Texto leído en la presentación del libro Monseñor Thiel en Costa Rica. Visitas pastorales 1880-1901, el 25 de mayo del 2009 en el Centro Cultural de México.)