Cantón de Mora: iglesias, ermitas y memoria
En el Valle Central, uno de esos frentes, pasando por Escasú y por Pacaca -según su grafía original-, se extendía hacia el suroeste de San José hasta Puriscal y Turrubares para acercarse al Pacífico, y que en su avance humano dejaría también testimonio material de la católica fe de los caseríos y pueblos que avanzaban a su vez.
Para centrarnos sólo y por ahora en el Cantón de Mora, aquel fenómeno se inició precisamente hace un siglo, cuando quedó terminada la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles de Piedras Negras y se le declaró parroquia (1909). Le seguiría, con toda seguridad, la del distrito de Picagres, ambas en mediano estado de conservación y a la espera de ser puestas de nuevo en valor.
Caso aparte, aunque parte del mismo impulso constructor es la iglesia de Jaris, tan valiosa como apenas conservada, y que requiere urgente de una consolidación estructural al menos exterior, antes de proceder a su restauración: que la merece de sobra. Otra es una ermita ubicada en la antigua Hacienda El Rodeo, rodeada de la belleza del paisaje natural que ahí se conserva tan bien como lo hace está pequeña joya arquitectónica.
Pero además de las dichas iglesias, hay otros dos oratorios dignos de mención, aunque quizá de más tardía época de construcción (década del veinte): el de Balsilla, en el límite con Atenas; y el de Llano Grande ya hacia el sur puriscaleño, aunque opacado por una bella y más formal iglesia de factura posterior -años cincuenta o sesenta como máximo-.
Mas con excepción de este último oratorio, bien conservado pero apenas distinguible al lado del templo, comparten las seis edificaciones religiosas dichas, rasgos arquitectónicos del llamado "estilo victoriano" propio de fines del siglo XIX y principios del XX. Por eso predominan en ellas la tablilla de madera y el hierro galvanizado laminado como materiales de construcción, combinados con algunos modestos gestos del neogótico en puertas, ventanas y bóvedas; y que, apropiados por nuestros constructores, dieron como resultado la versión criolla de esa arquitectura de origen inglés, que tanto colorido brinda a estos y otros parajes del Valle Central.
Y es que esa apropiación cultural precisamente, sumada a su valor plástico, a su antigüedad y al hecho de ser testimonio de la fe de quienes las construyeron ayer y las mantienen hoy en pie, hacen de esos hermosos edificios bienes patrimoniales de valor histórico-arquitectónico cantonal, regional y nacional, y de cuyo mantenimiento somos responsables por eso todos los costarricenses, empezando, claro, por los habitantes del cantón que las alberga.
Si se consulta atento un mapa de la zona y se planifica bien la ruta, basta un vehículo de doble tracción para recorrerlas todas en un día. En el circuito se podrá apreciar así su belleza arquitectónica y se paseará por su historia social y religiosa, que es la historia de un cantón ayer apenas agrícola… como lo fue toda Costa Rica; un país que se construyó con el trabajo y la fe de sus gentes sencillas, y de la que estos edificios del Cantón de Mora, son tangible memoria.
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