La Iglesia de San Rafael de Escazú

De hecho, el deseo de los vecinos del lugar de definir su imagen como distrito, no empezó a concretarse sino con la donación de un terreno que permitiera tal construcción, por parte de doña Josefa Saborío de Flores en 1943. No obstante, por entonces la iglesia que inició sus actividades no era más que un humilde ranchito de hojas levantado al efecto, mientras se iban construyendo las paredes del futuro templo bajo la dirección de don Narciso Montero.
Quico Quirós y el neocolonial
Fue con el paso del tiempo, ya casi terminado el cuerpo de la iglesia hacia 1950, que le fue encargada la realización de su fachada al distinguido arquitecto costarricense Teodorico “Quico” Quirós Alvarado (1897-1977). Este se había formado como tal en Boston en los años diez del siglo pasado, y como era pintor también, una vez aquí inició su carrera profesional y su obra pictórica en forma paralela, ambas de profunda preocupación por lo nuestro.

En nuestro país esa expresión arquitectónica tuvo mucha fortuna, sobre todo por dos razones: nuestra cercanía cultural con México, centro irradiador de la misma, y la revista Repertorio Americano editada aquí por don Joaquín García Monge, que hizo mucho por difundirla al insistir en la necesidad y el compromiso social de retomar nuestras raíces en el campo artístico.

Ujarras y San Rafael
Por esa razón, y con aquellos ideales nacionalistas en mente, fue Quirós precisamente el primer costarricense en tratar de estudiar de modo sistemático la evolución arquitectónica del país desde la época colonial; fruto de lo cual fue su investigación histórica sobre la vieja parroquia de Ujarrás, de arquitectura barroca, y su trabajó en la consolidación de las ruinas de la misma.
Además, a Ujarrás Quico la pintó numerosas veces, la dibujó con rigor y le estudio sus proporciones constructivas, de modo que al momento de realizar la portada de San Rafael de Escazú, aplicó entonces con todo conocimiento de causa el lenguaje neocolonial hispanoamericano en su variante neobarroca; razón por la que ese templo posee una indudable afinidad plástica y proporcional con aquel templo, en una aprendida lección de su franciscano encanto.


