Museo Nacional: de casonas y comandantes
Son parte del Museo Nacional, antiguo cuartel militar y que, en uno de los más simbólicos actos de nuestra identidad, don José Figueres Ferrer convirtió en edificio destinado a la educación nacional, hace ya seis décadas. Pero las Casonas de los Comandantes, como se les llama con propiedad, son más antiguas, aunque no tanto como para confundirlas con la que fuera de don Mauro Fernández, el liberal reformador de nuestra educación, quien fue antes el dueño del mismo predio donde hoy se encuentran estas.
Aún así, si el cuartel se empezó a construir hacia 1917, las casonas dichas lo preceden. La más vieja, de estampa criolla siguiendo la usanza española de disposición en “L”, fue construida a fines del siglo XIX. Es un edificio de ladrillo mixto que muestra muchos rasgos de la casa de adobes, que ya entonces empezaba a ser sustituida en términos constructivos pero no en su apariencia, lo que le brinda su sobria elegancia: sus anchos muros blancos, sus cubiertas a dos aguas, su patio interno y el corredor que comunica casi todas sus habitaciones, donde los acerrados detalles de madera en puertas y ventanas, y los coloridos mosaicos en el piso, aún le brindan calidez. Colindante con el fortificado muro del cuartel, y menos visible desde la Avenida Central, ésta fue la casa del Subcomandante del Bellavista, con su corredor de acceso frente al Castillo Azul.
Mientras la otra, la esquinera, también de fines del siglo XIX, tuvo que ser modificada hacia los años veinte del siglo pasado, cuando se abrió la calle 17; lo que le brinda un carácter de muestrario de técnicas constructivas y de lenguajes arquitectónicos de antaño. Así, la estructura combina dos sencillas partes diferenciadas, una de simple madera trabajada de manera tradicional, y otra en que la madera se recubre de malla y se repella por dentro con mezcla de cemento -el aquí llamado “bahareque francés”-, mientras que por fuera se recubre de acero galvanizado laminado o “chapa metálica”. Por eso, la primera parte conserva en su corredor “volado” y su piso de “petatillo” de barro, un sencillo gusto criollo, cuando no colonial, en contraste con el cuerpo esquinero de aire modernista o lenguaje Art Nouveau belga.
De plantas sencillas y rectangulares, la unidad que forman era el lugar de habitación del Primer Comandante de turno, y como la anterior y a diferencia del resto del cuartel, son las únicas instalaciones que al no haber sido intervenidas ayer, conservan su estructura original. La parte de sólo madera, reconstruida casi en su totalidad por su severo deterioro, mantiene idéntico el diseño y usa maderas de la época, como el cedro y el pochote.
El fin de ésta serena intervención arquitectónica: llevar las viejas casonas lo más cercano posible, a la realidad de los años 20 a los 40, cuando eran habitadas por las familias de los comandantes de milicia, de un país que aún la tenía. Y para que puedan apreciarse mejor desde la privilegiada perspectiva que les brinda la Avenida Central, a la esquinera se le restauró manualmente el muro de contención y el barandal modernista que lo culmina; y a la otra se le derribó una parte del muro que la cubría hacia el costado norte del edificio, lo que permite apreciar, desde la Cuesta de Moras, el corredor y la entrada principal.
Las Casonas de los Comandantes, ocupan cerca de 750 metros cuadrados y son por lo dicho parte de la historia de la arquitectura costarricense. Hoy, puestas en valor por el cuidadoso trabajo de restauro y reestructuración a que han sido sometidas, no sólo recuperan en gran medida su apariencia original, sino que sus aposentos pasan así al público del Museo Nacional, convertidos ahora en nuevos espacios de exposición, sin irrespetar por eso su condición histórica, arquitectónica y patrimonial.
Reintegradas en su dignidad urbana, sólo nos resta, por eso, disfrutarlas ahora.
(Texto escrito a solicitud de la Dirección del Museo Nacional de C.R., con ocasión de la restauración de las Casonas de los Comandantes Fotos de: http://www.museocostarica.go.cr/es_cr/aportes.html)
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