San José: casa y palacio
Porque, seamos ciudadanamente francos, ni las oficinas de la difunta FERTICA son una Casa Presidencial, ni Zapote es del todo centro de San José; de manera similar otra vez, que la “calle del Cementerio” tampoco lo es, ni el edificio “José Figueres Ferrer” que alberga a la Comuna josefina es el ideal -ni por su ubicación ni por su disposición funcional y estética- para realzar como debe de ser, la dignidad y la imagen que su papel central en el devenir del metropolitano cantón y de toda la nación le imponen.
Por esa razón, a mi juicio ciudadano y profesional, la iniciativa de la Alcaldía de San José que pretende convertir el viejo edificio de Correos y Telégrafos en Palacio Municipal mediante un canje con su propietario, plausible y visionaria, es también política y urbanísticamente deseable, además de viable y oportuna.
Levantado en concreto armado por la “English Construction Company” de don Wenceslao de la Guardia entre 1914 y 1917 durante la Administración González Flores, y diseñado por el destacado ingeniero-arquitecto catalán aquí radicado Lluis Llach Llagostera (1883-1955), el emblemático “Palacio de Correos” es sin duda alguna uno de los edificios capitalinos y patrimoniales más bellos y mejor conservados; lo cual es casi un milagro divino en una ciudad que se ha desecho voluntaria y descreídamente, de la mayoría de los testimonios de su pasado perfil urbano.
El Palacio de Correos y Telégrafos es un edificio “ecléctico”, o sea, perteneciente a esa corriente arquitectónica donde se mezclaban distintos lenguajes plásticos, pero presididos todos por el riguroso orden geométrico establecido norma por la arquitectura neoclásica. Así, el de Correos es un edificio que sigue el esquema simétrico neoclásico que dictaba la Escuela de Bellas Artes de París entonces, es decir, un destacado cuerpo central para albergar el gran vestíbulo al que se entra por tres arcos guarnecidos por portones de exquisita forja, alas idénticas a ambos lados para las secciones de oficinas, con patios centrales y techados cada una y, rematándolas en sus extremos y para realzarlas, sendos torreones, en este caso culminados con cubiertas "en mansarda".
Sin embargo, su esquema neoclásico de planta, volumetría y otros elementos de fachada como los balcones balaustrados de las alas o los frontones de las ventanas del segundo piso y los arcos de medio punto de las del primero, conviven con una decoración y una simbología plenamente modernista, donde predominan los lazos y las volutas, los profusos motivos florales en paños y frisos, y los escalonamientos en las ventanas del cuerpo central y los torreones. Mientras, desde los medallones de estos últimos en segundo piso, es una figura mitológica la que observa a los transeúntes: la del dios grecorromano Hermes o Mercurio, patrón del comercio y de las comunicaciones internacionales, razón por la que en los medallones del primer nivel hay mundos alados a la mejor estampa "art nouveau", como también se le conoce al modernismo.
Junto a todo ese decorado, sobre el arco rebajado que culmina el volumen del vestíbulo, flanqueado por dos querubines, el escudo de Costa Rica preside toda la composición sobre el balcón central, en una talla del mismo maestro Llach, que dirigía así estrechamente la construcción junto a su Maestro de Obras, el joven y luego connotado arquitecto escolar del período liberal, José María Barrantes (1890-1966).
De modo que con el posible cambio de vocación y de significado icónico de este inmueble lleno de historia y de gran valor plástico, no sólo se realizaría su restauración arquitectónica y simbólica a la vez, sino que el Municipio pasaría a liderar así el proceso de rescate de edificios de interés histórico que viene dándose ya poco a poco en la ciudad, impulsado en buena medida por la Iglesia Católica y por el Ministerio de Cultura, pero también ahora desde esa instancia comunal como parte fundamental de la regeneración urbana y humana que es desde hace años su loable meta final.
Mas precisamente por lo anterior, es claro que el acierto de esa visión urbana estratégica, requiere en la práctica del ser tácticamente asertivos en la misión negociadora que se impone por ella, y por eso es de desear que se consume favorablemente para ambas partes y cuanto antes, la negociación con la empresa postal; mientras se envíe a la vez a la Asamblea Legislativa un sólido proyecto de ley, lo suficientemente bien justificado y tan diáfano en sus razonamientos y en sus propósitos ciudadanos, como para ser digno y pronto de aprobar. Que por lo demás, la inversión que prevea hacer la Municipalidad en el edificio –con cooperación internacional o sin ella- no importaría tanto, en relación con la ganancia simbólica para San José... porque las urbes no pueden ni deben vivir al margen del símbolo visible y concreto de los monumentos que encarnan el poder civil.
Ubicado en pleno corazón urbano, con los decorativos aires modernistas descritos, como que fuertemente inspirado en la ecléctica Aduana de Barcelona (1896-1902) de Enric Sagnier, el vetusto y monumental edificio que otrora fuera el Palacio de Correos de Costa Rica, posee así las características arquitectónicas y urbanas de ubicación cardinal, de espacio físico y de funcionalidad, de distinción escenográfica y de dignidad histórica y material, como para convertirse en el Palacio Municipal que ésta ciudad en proceso de volver a serlo de nuevo, se merece con creces desde hace muchísimo tiempo.
Soy del parecer además, de que en este doble y trascendental tema urbano, no debemos los costarricenses olvidar ni por un instante, que detrás de la deseable ubicación geográfica y material de la Casa Presidencial -sede del Ejecutivo- como en la del Palacio Municipal -sede del Cabildo-, hay también un trasfondo histórico de fuerte peso moral. Porque en las luchas civiles de 1823 y 1835 por la capitalidad, se derramó sangre hermana para que San José fuera lo que es, mientras que su Municipio se convirtió por eso y a la postre, en la base del Estado Nacional que construyó desde ésta capital, lo que para bien y para mal somos hoy como país.
Igualmente desde aquí, se construirá lo que seremos en adelante. Así que sin dejar de lado el “costo-oportunidad” urbano del traslado dicho, bien haríamos además en pensar desde ya a la ciudad capital como casa y palacio de nosotros, josefinos y ciudadanos todos, y no sólo como la sede puntual de nuestros temporales gobernantes, que históricamente debe ser también.
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