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lunes, 30 de junio de 2008

San Miguel Arcángel: imagen y devoción en Escazú

De poco más de sesenta comunidades que en Costa Rica ostentan el patronazgo de San Miguel Arcángel, todo indica que es la de Escazú centro -o distrito primero de ese cantón josefino- la más antigua de ellas.

Esto porque según los “Datos Cronológicos para la Historia Eclesiástica de Costa Rica” recopilados por Monseñor Sanabria, el nombre de San Miguel le fue otorgado a la villanueva de Escasú (grafía original del nombre) por el señor Obispo de Nicaragua y Costa Rica, don Antonio de la Huerta y Caso, el 2 de marzo de 1799 al conceder la licencia para erigir su ayuda de parroquia en ese año.

Milagrosa imagen de San Miguel Arcángel, Parroquia de Escazú

De la misma fuente se desprende, que con ese fin se habían comprometido los vecinos de tal valle a levantar un templo en el sitio en que hoy se encuentra la sede parroquial, y del que por todo dato arquitectónico sabemos que era “de treinta varas de cañón, con sus correspondientes ornamentos, cáliz, vinajeras, misal y demás utensilios y alhajas”, y mismo que fue dedicado desde la fecha anotada a San Miguel.

Origen del patronazgo
Sin embargo, por las concepciones que sobre el mundo eran comunes entonces, cabe también especular sobre la razón de llamar de tal modo a esa mestiza comunidad del Valle Central. Y es que al respecto hay que recordar que el concepto que del espacio territorial se tenía en la época colonial, debía mucho aún a la Edad Media europea, en el sentido de que junto a una idea física del mismo -es decir de sus dimensiones, relieve y fuentes de agua- solía tenerse a la vez una de orden simbólico, donde las creencias religiosas en la forma del catolicismo hispano, tenían trascendencia en el ordenamiento y distribución del mismo, con miras a su posterior colonización a favor del Imperio.

Una especulación de esa índole, por ejemplo, hace en el Tomo I de sus “Apuntes sobre Escazú” el autor local don Alvar Macis Guerrero (q.d.D.g), cuando anota que “gozando Escazú desde tiempos muy remotos, de la fama de practicar el ocultismo y la brujería, había que designarle la nominación religiosa apropiada que sirviera, no solo para el señalamiento del pueblo, sino también aquella que lo protegiera y defendiera frente a los peligros de los malos espíritus. Es decir, de aquellos que provenían de grupos, personas o actividades contrarias a la religión o tranquilidad del espíritu. Y entonces sí, ¿quién más apropiado que San Miguel Arcángel, que como Jefe de la Milicia Celestial, sería el vencedor de Satanás y de todo aquello que va en contra de la religión?”

Sea lo que sea del hecho, que no deja de ser razonable dentro de las premisas dichas, lo cierto es que San Miguel ha contado desde entonces con la devoción del pueblo escazuceño, que religiosamente lo celebra todos los años el 29 de septiembre con sus respectivas fiestas. Hoy muy venidos a menos lamentablemente, esos festejos constituyeron durante más de un siglo y medio la ocasión social por excelencia de ese pueblo tan nuestro, católico devoto, labriego inclaudicable, republicano por convicción… y creyencero, claro.

Imagen y devoción
Otra afirmación aún por profundizarse en investigaciones posteriores, es la que se hace sobre el origen guatemalteco de la bella imagen del Arcángel que engalana el templo parroquial escazuceño, algo que el ondulado del cabello y la altiva pero delicada firmeza de su mentón, así como otros rasgos físicos claramente hispanos, parecen confirmar. Hacia la llamada Escuela de Guatemala de imaginería, apuntan también los detalles barrocos de su armadura azul cerúleo –color como el del cielo despejado y que simboliza la justicia de sus actos-, amén de su antigüedad, pues consta que ya estaba ahí, al menos, en 1860.

Pues en esa fecha estaba aún por concluir el nuevo templo de piedra y apariencia románica que, para sustituir al original, había diseñado el ingeniero austríaco Franz Kurtze, por lo que el 31 de diciembre de ese año el Gobernador josefino don Camilo Esquivel concedió: “licencia para pedir limosna con la imagen de San Miguel Arcángel de la Villa de Escasú en toda la provincia de San José, para la conclusión del templo dedicado a dicho santo (…)”.

Terminado ese hermoso templo en el tercer cuarto del siglo XIX, como queda dicho, la devoción por San Miguel y la veneración de su imagen, tuvo sin embargo un punto álgido en las primeras décadas del XX, específicamente en 1915, año en que para flagelo de los agricultores locales, amenazó al sector norte del cantón -concretamente al de Guachipelín- una enorme mancha de langostas. Se cuenta que ante aquello el cura párroco de entonces, don Fulgencio Chinchilla, con la imagen del Santo Patrono al frente y seguido de todo el pueblo en procesión y armado de ollas, tapas y tarros, se dirigió hacia allá con el fin de espantar la plaga que amenazaba ya a potreros y campos.

Ante la manifiesta devoción popular -junto al ruido que en turbamulta iban causando a su paso…-, se cuenta también que la enorme mancha de insectos, como un verdadero milagro de San Miguel, alzó vuelo de inmediato para no volver jamás por esos predios. Desde entonces, aparte de la devoción al Santo propiamente dicho, se reputó de milagrosa su imagen y, en agradecido gesto, se erigió en la esquina noroeste de la cuadra del templo, un hermoso monumento hoy desafortunadamente desaparecido.

Queda sí, venciendo al tiempo y al olvido de su fiesta, y a pesar de las desacertadas decisiones políticas y religiosas locales, el agradecimiento popular a San Miguel Arcángel que, por lo anotado, puede comprenderse entonces como de arraigo histórico en el alma y la fe del pueblo escazuceño.