lunes, 6 de septiembre de 2010

De Aquileo: la conchería perdida

El 11 de marzo de 1909, moría en la Casa de Salud de Barcelona, aquel a quien Darío llamara el Poeta de Costa Rica: Aquileo J. Echeverría… o Aquileo simplemente, como es usual entre nosotros llamarlo; con esa confianzuda familiaridad tan nuestra, a la que por demás nos acostumbró a los ticos la familiaridad con sus clásicos poemas: las Concherías.

En el prólogo que a ellas dedicara don Roberto Brenes Mesén, dice: Aunque la palabra Conchería es bien inteligible para los nacionales, no estará demás indicar que en Costa Rica, de unos ocho años para acá, se llama Concho al campesino, al aldeano. Por lo tanto, una Conchería es una acción o una expresión propia de un campesino. Don Carlos Gagini por su parte, nos dice en su Diccionario de Costarriqueñismos: Concho es abreviatura familiar de Concepción, nombre muy común entre nuestros sencillos labriegos.

Con el título de Poesías... Concherías... Epigramas… publicó el vate de nuestros campos, su primera edición en 1905. No obstante, la versión definitiva del apartado de las concherías que llegaría a nosotros como canónica, es la que Aquileo preparara personalmente en Barcelona poco antes de fallecer y que fue incluida en el tomo titulado Concherías, romances, epigramas y otros poemas.

En esta, como su título lo indica, además de las Concherías propiamente dichas, recoge el poeta sus Romances, publicados originalmente en 1903, y otros poemas menores con que cierra el libro. Es en este, a su vez, que se encuentra el famoso prólogo de Rubén Darío, una hermosa excitativa del doctor Antonio Zambrana, y el citado prólogo de Brenes Mesén que es exclusivo de los poemas aquí tratados (se brinda aquí el enlace con esa edición).

En esa segunda edición excluyó Aquileo una de las concherías originales, que por esa razón es prácticamente desconocida de su gran público, que seguimos siendo, en esencia, los ticos: la que se titula Comprando ayotes, y que aquí reproducimos gracias a nuestra amiga la investigadora Ana Isabel Herrera Sotillo, que nos la facilitó.

Está tomada de una rara edición que, sin pie de imprenta y con un prólogo de don Carlos Gagini, tiene por fecha 1906; lo que hace pensar que se trate más bien de una segunda impresión de la edición original. En cualquier caso, basta remitirse a su grafía, para ver que se trata de la que originalmente le imprimiera el poeta a sus creaciones, y no la que, ya revisada en su correspondencia fonética por nuestro lingüista Arturo Agüero, publicara Trejos Hermanos en 1953; y que es la que ha seguido publicándose después, y de la que más recientemente aún, se han extraído sólo las Concherías como obra.

Versión primitiva que, como se verá, es aún más expresiva, si se quiere, de esa lingua tica-como podríamos llamarla, porque franca en toda la rural Tiquicia; es decir, en todo el Valle Central y sus extensiones geográficas y humanas-, que fue la lengua cuya fonética quiso transmitirnos, del modo más fiel posible, el más tico de nuestros poetas: el gran Aquileo… Echeverría.

Comprando ayotes, de Aquileo Echeverría

¿Cuánto me yeva por éste?
—Treintisinco y es botao.
Repare la clasia y béale
la cáscara y el tamaño
y el peso. Sobre una laja
que tenemos en el patio,
se crió como las craturas,
a sus anchas, bien chiniao.
Blasa le puso cariño dende que lo bido en cuajo,
y hasta la fecha di ayer
ha dormido cobijao:
cuando chiquiyo, con chuicas;
ya de adúltero, con sacos.
Hast’ayer, como le digo,
que bin’un bandido chancho
di un besino, y al bijiar
qu’en Misa Mayor andábamos,
y qu’el perro que tenemos
estaba bien amarrao,
se dio gusto con los seles;
y si a tiempo no yegamos,
se atoya los desasones.

—¿Y diay, nada reclamaron?

—Nada. P’alibio de males
el chanchiyo es del cuñao,
un hombre qu’es malo, bueno
y el mismo patas con guaro.
Blasa me dise: Mirá:
mejor quedate cayao
y pujá pa dentro; es pior
que formemos alegato.
Yo sé que sos di opinión,
por esu es que t’he cuartao.
¿Pa qué lo bás a matar
o pa qué salir matao?
¿Qu’él hirido o bós herido,
u entriambos a dos baldaos?
Pa que diga la gaseta:
“Ayer tarde en el Naranjo,
por custión di unos ayotes
que se comieron los chanchos,
ñor tal por cual y ñor otro
se dieron unos filasos.
¡Que la tierra les sea alebe!
¡Dios los haiga perdonao”!

***

Tenía una mat’e rosas
lo menos d’este tamaño;
parecí’un altar de Corpos;
pos el chanchísimo chancho
me le dió suelo.

—Caramba;
ya yo l’hubiera matao.

—Usté sí pero yo nó.
¿Sabe por qué no le mato?
Porque pa yo qu’ese indino
tiene frutiya y mi aguardo;
ole como los dijuntos;
usa los ojos muy gachos;
tiene las pisuñas suabes
y muy duro el espinaso,
y le dan como tarantas.

—Estará mal arreglao?

—No, le biene de nasión;
al tata lu encanfinaron.

—¿Era también de su hermana?

—No; de Jasinto Camacho.
En jamás de los jamases
en casa ni an uno han criao,
porque Tata los desía:
tengan perros; tengan gatos;
tengan bacas; tengan güeyes;
tengan mulas y cabayos
y gayinas y poyitos
y chompipes y carracos,
pero Dios guarde me traigan
a la casa ningún chancho.
No quiero esos animales
pa nada, ni sancochaos;
y el día que me traigan uno,
por éstas que se los mato...

—Bueno: bolbiendo al ayote
en treintisincu es muy caro.

—Yébeselo por los treinta.

—Sól’una peseta cargo.

—Arréselo; que caray,
y aguárdese y se lo parto;
es q’entero no le cabe
ni a mentadas en el saco.

—¡Yss! tiene las tripas negras
y está muy aguarapao.

—Ya lo bide; no lo yeve...

—Después de tanto cuidalo!...

—..¡Maldita sean los demonios!
¡Para chanchadas, los chanchos!