domingo, 25 de octubre de 2009

El Puente de Billy


Pero el gato
quiere ser sólo gato
y cada gato es gato
del bigote al rabo.


Paul Verlaine

Yo conocí a Billy: puedo presumir de ello. Era, como pocos gatos han sido desde el Antiguo Egipto, uno de esos felinos que se hacen querer. Y querer, además, en el más estricto sentido, pues Billy sabía romper las barreras del afecto, del restregarse afectuoso y sinuoso por las piernas del comensal aquel a quien Carlos invitara a su casa.

Ah! … por cierto, se me olvidaba mencionar que Billy era el gato de Carlos Tapia, un amigo mío, que de paso y por defecto, es escritor y pintor: pobre de él. Porque yo de quien escribo hoy es de Billy, el gato, el felino pequeño, frágil y cariñoso a quien Carlos en ocasión de su deceso -para algo tenían que servir los pintores en esta ciudad, digo yo- le ha dedicado un delicado mural de rota cerámica en el más emblemático paso elevado de San José: en los bajos del Puente de la Fábrica, como solíamos llamarlo. Ahí Billy, que es gato al fin, alcanzó una dimensión que sus siete vidas no fueron capaces de brindarle; porque ahí el gatito este llegó pleno a la inmortalidad.

Carlos, Tapia como tapiados los muros que acogen el mural, no hizo sino retratarlo y darle una dimensión urbana a su ser gatuno, colorido, juguetón y travieso: de gato al fin, otra vez, el mausoleo. Pues Tapia, gracias a Billy, nos obsequia josefinos en los bajos del Puente de la Fábrica, un mural maravilloso en su ingeniosidad y su diseño, en su conceptualización y su pictórico concepto: no es una pared pintada, es un histórico rincón de la ciudad intervenido por un artista plástico que tenía un motivo.

Ese motivo se llama -porque para mí seguirá viviendo ahí, bajo ese puente irredento- Billy; e insisto: yo lo conocí. Era un gato, un gato extraordinario, el felino de un joven y gran autor literario, el gato de un joven y gran artista plástico a quien también conozco para dicha mía… creo que ya dije su nombre, que si no me equivoco es Carlos Tapia, o el dueño de Billy por más señas, gato a quien dedico grato esta página literaria.

(Fotografías de Andrés Fernández. Foto de Carlos Tapia tomada de: http://www.nacion.com/ln_ee/2006/septiembre/14/aldea827383.html)

martes, 13 de octubre de 2009

El Templo de Santiago Apóstol, en Puriscal

“En uso o no, representa el esfuerzo y la fe de miles de puriscaleños que entregaron parte de su tiempo y sus recursos con el pensamiento puesto en construir una casa del agrado de Dios.”

Paulino Jiménez V.
Puriscaleño

Desde poco antes de mediado el siglo XIX, la emigración interna desde el Valle Central en busca de tierras libres para su colonización, tuvo dos rutas principales: una con rumbo noroeste partiendo de Alajuela y otra con rumbo suroeste partiendo de Escazú.

Poblada por eso con colonos provenientes sobre todo de Escazú, Desamparados, Alajuelita y Tibás, situado a 41 kilómetros de San José y al amparo de los Cerros de La Candelaria y el Cerro Turrubares, se encuentra la pequeña ciudad de Santiago de Puriscal, cabecera del cantón 4° de la provincia de San José. Tierra de quebrada topografía y bien irrigada, el nombre de su valle proviene del “purisco” o flor del frijol, un cultivo que junto al maíz abundó ahí desde el inicio de su colonización, y que aunque sustituido luego por el del tabaco, perdura hoy como uno de los principales en esa zona agrícola considerada antaño granero del Valle Central.

Erigida su parroquia en 1871 bajo la advocación de Santiago Apóstol, siendo cura párroco el Presbítero Recaredo Rodríguez en 1936 se creó la Junta Edificadora del que sería con el tiempo centro e icono de esa población. El Templo de Santiago Apóstol duró en construcción más de una década, pues se concluyó en 1949, y se trata de un edificio de impronta neorománica y planta cruciforme, cuyo cuerpo longitudinal mide 50 metros de largo y el transversal 28 de ancho. Su interior posee tres naves de esbelta proporción y considerable altura, iluminadas por sus ventanales laterales y un modesto clerestorio superior, fábrica que remata un sólido ábside, decorado con la imagen del “Matamoros”.

De pórtico sencillo y rematado por una balaustrada, la fachada principal posee un gran paño cuadrangular flanqueado por dos torres, que luce un colorido rosetón antes de rematar en un frontón triangular exento de decorado. Elegante de por sí, esa composición se ve realzada por la ubicación en promontorio que le brinda la topografía del lugar, y que enfatiza la escalinata que brinda acceso al atrio.

Construido en concreto armado y mampostería de ladrillo, su construcción estuvo a cargo del ingeniero Jacinto Rodríguez y es diseño del arquitecto Teodorico Quirós, ambos responsables también de las obras del Templo de San Isidro de Coronado. Como toda la cabecera del cantón de Puriscal y lamentablemente, se ubica sobre una falla sísmica local que ha provocado no sólo su hundimiento y deterioro desde hace años, sino que ha llevado a clausurarla y sustituirla por un remedo de templo que deja mucho que desear estéticamente hablando.

Hoy además, esa joya histórico-arquitectónica enfrenta una amenaza de demolición por la arbitrariedad del Ministerio de Salud, que la ha declarado inhabitable y de alta peligrosidad, y de la Iglesia Católica que pasivamente ha aceptado ese criterio sin tener en cuenta el valor testimonial y la memoria social que encierra ese viejo templo nuestro; designio que de ser tolerado por la ciudadanía costarricense, se sumaría a la larga tradición de indiferencia hacia la destrucción de nuestra herencia construida.

(Fotografías tomadas de La Nación Digital, Proa, octubre 18, 2009: http://www.nacion.com/proa/2009/octubre/18/proa2122233.html)